domingo, 4 de diciembre de 2011

LO ESCRIBÍ PARA MIS NIETAS CRISTINA Y MIRIAM LEDESMA PÉREZ.

EL DIAMANTE. (Cuento)


Érase una vez un chico llamado Torcuato, el cual nunca se encontraba satisfecho consigo mismo. Su familia le decía que era muy torpe, que no hacía nada bien y creía que nadie le quería, por este motivo siempre se encontraba irritado y de mal humor.
Su estado anímico fue empeorando día a día, lo que le supuso entrar en una grave depresión. Sus padres le propusieron que visitara a un mago que vivía en lo más alto de la montaña, se llevó algunas cosas de su casa y se puso a caminar hacia la montaña.
Una vez allí, encontró al mago labrando la tierra, ya que se aproximaba la época de la siembra. Cuando el mago lo vio, dejó su arado y se fue hacia el chico. - ¿Qué quieres?- Le preguntó.
El chico comentó al mago todas sus penas y melancolías, rogándole pusiera un remedio para sus males; el mago, después de oír atentamente al muchacho, le dijo:
-Veré lo que puedo hacer por ti.-
 Y buscó de entre sus ropas una piedrecilla cuyo tamaño se asemejaba a un huevo de  gorrión, lo puso en las manos del chico y le dijo. -Vende esta piedrecilla pero no por menos de una moneda de oro.
El muchacho, todo ilusionado, se marchó a un mercado que había en un pueblo próximo, y empezó a ofrecer a todo el que encontraba a su paso la piedrecilla. Es bonita, pero no vale más de un real. Otros, visto la cara del muchacho y ante la necesidad de comer que tenía, decidieron cambiarle la piedrecilla por un trozo de pan. El se opuso a todo, pero para desgracia (de sus males), tropezó con un medio borracho y le ofreció su piedrecilla por una moneda de oro, este consideró que quería mofarse de él y engañarlo, así que le dio una tremenda patada que lo distanció unos metros; visto lo cual el chico quiso probar fortuna en una aldea muy próxima a donde se encontraba. En esta aldea aun le fue peor, nadie se paraba ni siquiera para ver lo que pretendía venderles.
A lo largo del mucho tiempo un señor se paró y le preguntó que cuánto quería por su piedrecilla, porque en verdad era muy bonita - ¡Una moneda de oro, señor!- exclamó el chico.- ¿Una moneda de oro? Y se alejó de él pensando que estaba loco. Aburrido y entristecido el chico decidió volver a ver al mago y le contó el poco aprecio que hacían a su piedrecilla, entonces el mago se puso a pensar un momento y le dijo: -es muy importante lo que acabas de contarme, ¿Pero, no sería más importante conocer el verdadero valor de esta piedrecilla? Mira, la vas a llevar a un joyero amigo mío, que vive en la ciudad, él, como experto, nos podrá decir su valor, y dile que la quiero vender y cuanto te puede dar, no importa lo que te vaya a dar por ella, tú no se la vendas por nada, regresa aquí con la piedrecilla. El muchacho, como no tenía medios para ir a la ciudad, el mago lo recomendó a un ermitaño vecino suyo, que tenía una carreta tirada por dos bueyes  e iba semanalmente a la ciudad; el chico visitó al ermitaño que se encontró muy animado por llevarlo a la ciudad. Un jueves partieron hacia la ciudad donde el pobre ermitaño pretendía vender unos haces de leña que encontraba en el bosque cercano y así ganar unos céntimos, los cuales invertía en comida para la semana; el ermitaño era un hombre ya mayor y apenas podía tirar de las riendas de los bueyes. Entonces el chico decidió tomar las riendas del carromato con la intención de ayudarle y adelantar tiempo, cuando en medio del camino uno de los bueyes se encontró indispuesto y hubo que llevarlo con mucho esfuerzo a una vieja medio bruja que vivía cerca del lugar donde se encontraban. Cuando al fin llegaron casi extenuados, salió la vieja hechicera y se compadeció del hombre mayor y del chico que le estaban diciendo que sanara al buey; muy habilidosa, la vieja preparó un brebaje a base de cocer unas hierbas muy secas en una olla de barro ennegrecida por el uso, le añadió unas gotitas de un líquido verde que se encontraba en el interior de un bote de cristal lleno de telarañas, una vez hecho el brebaje, lo dio a beber al animal con mucho esfuerzo y fatiga, al cabo de un rato el animal se encontro un poco mejor y decidieron continuar el viaje, no sin antes dar las gracias a la hechicera y dejarle un haz de leña como pago a su buen hacer. Mientras marchaban hacia la ciudad, Torcuato volvía a lamentarse de su mala suerte y se quejaba constantemente. Cuando al fin llegaron a la joyería, el joyero, examinó la piedrecilla que le enviaba su amigo el mago, la examino y miró detenidamente, volvía a examinarla con su lupa, luego la pesó y le dijo a Torcuato, dí a mi amigo el mago que si la quiere vender yo no puedo darle más de doscientas monedas de oro, pero yo sé que con el tiempo podría sacar por ella unas trescientas monedas de oro, pero si la venta es urgente...el joven casi cae muerto del susto por la fortuna que le daban por la piedra, salió corriendo a casa del mago en un caballo que el joyero le prestó. Cuando el mago lo vio llegar y después de escucharle detenidamente toda la historia que le contó le dijo: ves como un experto sabe evaluar lo que vale una joya, pues bien, quédate conmigo, me ayudarás a las tareas del huerto y te enseñaré a aprender un oficio. Pasado un tiempo el chico consideró que hacia tiempo que no veía a sus padres y decidió marcharse, ya que había adquirido conocimientos más que suficientes para poder ganarse la vida y, curado de la depresión que tanto mal le hacia, se despidió del mago y este le entregó dos panes, uno para que se lo comiera por el camino cuando tuviera hambre, y el otro para que lo compartiera con sus padres, él se comió por el camino el que le había indicado el mago y cuando llegó a casa de sus padres lo recibieron con  mucha alegría. Por la noche se pusieron a cenar y Torcuato sacó el pan que llevaba en su mochila y lo puso en la mesa para compartirlo, el padre bendijo el pan, como era costumbre en la casa, y al partirlo empezaron a caer monedas de oro al suelo, las contaron y había trescientas monedas con una nota que decía: Amigo Torcuato, tu eres como la piedrecilla que nadie ha sabido valorar, era una joya valiosa y única, solo ha podido evaluarla un experto, las personas que no han confiado en ti, no supieron apreciar ni descubrir tu verdadero valor. Ahora eres rico, esa piedrecilla por la que nadie daba nada la vendí al joyero en su justo valor, son las monedas que te envío con el pan, como pago por el trabajo que has realizado por mí y el cariño que me has dado. Nunca me pediste nada, pero yo aguardaba este momento para recompensarte. Acuérdate de quien supo encontrar en  ti la grandeza de tu valía. Hasta siempre.